Cómo se monta una capilla ardiente

La fórmula habitual de velatorio consiste en acompañar a la persona fallecida y a la familia en el tanatorio, pero vemos a menudo, directamente en nuestro entorno, o indirectamente a través de los medios de comunicación, casos de fallecimiento de una autoridad o personaje público en los que se decide instalar una capilla ardiente en otro lugar, generalmente relacionado con la vida profesional del finado.

El objetivo de este artículo es aclarar las dudas de todo aquel que se ve en la situación de montar una capilla ardiente sin tener experiencia previa, o que habiéndolo hecho en alguna ocasión, se ve obligado a adaptarse a circunstancias y momentos totalmente diferentes. A este desconocimiento se suma la premura con la que hay que reaccionar, el adaptarse a un lugar en la mayoría de los casos inapropiado para una instalación de este tipo, y la aparición de diferentes “actores” que, en la mayoría de los casos con la mejor voluntad, perjudican y retardan la labor de los profesionales que prestan el servicio funerario.

 

En ningún caso se debe perder de vista el objetivo de una capilla ardiente, la despedida pública de una persona sin descuidar la “intimidad” y la dignidad que requiere una situación tan sensible. Es aquí donde se debe pensar en el respeto a las decisiones y las preferencias de la familia y del propio finado.

 

¿En qué casos se instala una capilla ardiente?

El lector observará que en todo momento utilizo términos como montar o instalar, y no celebrar o desarrollar. La capilla ardiente se instala, se dispone o se abre, pero no se celebra ni tiene lugar. Es un emplazamiento y no un acto.

Suele decirse que una capilla ardiente se instala para destacar la importancia del finado, aunque realmente el principal motivo es la previsión de un gran número de personas que van a acudir a presentar sus respetos, acompañar a la familia o rezar unas oraciones por el fallecido. Es decir, no se tiene tanto en cuenta la importancia o abolengo del fallecido, sino el importante número de personas que se prevé visitarán el velatorio para dar el último adiós al finado, y así lo vemos diariamente en los medios de comunicación cuando se hacen eco de capillas ardientes de personajes populares como actores, deportistas, escritores o empresarios. Recientemente hemos visto cómo la capilla ardiente con los restos mortales del futbolista Quini se instaló en el estadio El Molinón para que familiares, amigos y más de 14.000 aficionados pudieran darle el último adiós en el estadio que vio jugar tantas veces a “El Brujo”, apelativo con el que se le conocía en el ambiente futbolístico. Como ejemplos fuera de España, todos tenemos en la memoria más reciente las multitudinarias capillas ardientes del joven motociclista italiano, Simonceli, por la que pasaron 60.000 personas, el velatorio de Umberto Eco en el Castillo Sforzesco de Milán, o la de Pavarotti, instalada en la catedral de Módena.

En el año 2010, unas 100.000 personas desfilaron por la capilla ardiente del ex presidente argentino Néstor Kirchner en la Casa de Gobierno, en 2013 asistieron más de cien mandatarios de todo el mundo al funeral de Mandela y fue tal la afluencia de admiradores del político sudafricano que el acceso para la ciudadanía estuvo controlado, de tal manera que quienes asistieron al funeral tuvieron que acreditarse antes, además de acudir al lugar en autobuses especiales. Como ejemplo más llamativo, queda en la memoria el funeral de Eva Perón, que falleció el 26 de julio de 1952. Esa misma noche se declararon treinta días de luto oficial y tres días de paro. Sus restos fueron embalsamados y su capilla ardiente se instaló en el Ministerio de Trabajo y Previsión, donde fue velada hasta el 9 de agosto. Dos millones de personas se congregaron en las inmediaciones para seguir el cortejo fúnebre y darle su último baño de masas: claveles, orquídeas, crisantemos, alhelíes y rosas fueron cayendo desde todos los puntos cercanos al féretro.

 

¿Dónde se instala la capilla ardiente?

Aun siendo en la mayoría de los casos lugares poco adecuados para este fin, salones de plenos, pabellones deportivos, teatros o museos, son espacios cada vez más usados para dar el último adiós a las personalidades de nuestro entorno. Y digo que son poco adecuados porque en su mayor parte no cuentan con los requisitos básicos para instalar un velatorio. El espacio escogido debería contar con una buena ubicación, un fácil acceso, un ambiente tranquilo que ayude al recogimiento y una amplitud adecuada a la convocatoria esperada. No olvidemos que el principal motivo por el que se instala una capilla y no se vela en un tanatorio es el gran número de personas que pasarán a dar el último adiós al fallecido.

Estamos cada vez más acostumbrados a ver cómo se montan capillas ardientes en pabellones deportivos, como el de Reibón (Moaña, Pontevedra) en el que se dio el último adiós al joven motociclista Dani Rivas, plazas de toros como en los casos de Antonio Chenel «Antoñete”, que fue despedido en Las Ventas, o el torero Dámaso González, cuya capilla ardiente se instaló en la plaza de Albacete. Los teatros, casas de cultura y otras instalaciones relacionadas con el mundo de la cultura suelen ser las elegidas para despedir a actores, escritores, cantantes o personajes del ámbito cinematográfico, como fue el caso de Lina Morgan en el teatro La Latina de Madrid, del que fue propietaria, Amparo Rivelles, en el teatro Alcázar de Madrid o el director de cine Luis García Berlanga, en la sede de la Academia del Cine en Madrid. En los casos más institucionales como alcaldes, presidentes de Comunidades Autónomas o de instituciones públicas suelen ser los edificios de estas entidades los que acogen el último adiós a sus principales representantes. Entre los casos más recientes tenemos la capilla ardiente de Manuel Marín, ex presidente del Congreso de los Diputados, o la capilla ardiente de Adolfo Suárez, también en la Carrera de San Jerónimo, donde desde las 5 de la mañana miles de ciudadanos hicieron cola para despedir al expresidente en la capilla instalada en el Salón de los Pasos Perdidos.

 

 

¿Qué elementos son necesarios para instalar una capilla ardiente?

El velatorio público de una personalidad supone un esfuerzo logístico y un desarrollo que no resulta fácil en la mayoría de los casos. La capilla ardiente está constituida por un espacio central para el catafalco, el ornamento luminoso que rodea al féretro y un espacio para la familia. Todos los elementos añadidos podríamos decir que son prescindibles aunque ayudarán a sumar dignidad, boato y presencia al velatorio. Decimos que es imprescindible la iluminación del espacio como respeto al origen del término. Como su propio nombre indica, la capilla debe ser ‘ardiente’. Se denomina así por las velas que ardían durante el tiempo en el que se velaba y honraba un difunto en las horas previas a la celebración del funeral y posterior sepultura. El objetivo, que la luz alejara a los malos espíritus. Generalmente se colocan cuatro cirios, dos en la cabecera y dos a los pies, permaneciendo continuamente encendidos, ya sean de cera, o más modernos como las luces led utilizadas actualmente, más cómodas, limpias y seguras.

A ambos lados del catafalco estamos acostumbrados a ver espacios con sillas reservados a la familia, generalmente a la derecha del féretro (izquierda del observador), y otra reservada a los miembros de la entidad anfitriona y autoridades, habitualmente a la izquierda (derecha del observador). Las coronas de flores, los símbolos como las banderas de la institución o empresa a la que pertenecía el finado, los elementos religiosos como los crucifijos, las imágenes o el reclinatorio, las fotografías del fallecido o las condecoraciones, son otros de los elementos que estamos acostumbrados a ver en el montaje de las capillas ardientes de nuestro entorno. Las coronas de flores suelen ubicarse en la cabecera, aunque en ocasiones la corona de la familia suele colocarse a los pies para que gane protagonismo con respecto a las demás. El orden y la distribución de éstas lo podremos abordar más adelante porque daría para otro artículo.

Aunque son un símbolo cada vez más utilizado en velatorios, considero importante recordar que las banderas oficiales solamente son obligatorias en los actos del mismo ámbito, y que según la Ley 39/1981 que regula el uso de la bandera de España y el de otras banderas y enseñas, las de ámbito privado o empresarial no deben estar junto a las oficiales. En resumen, si se decide utilizar banderas u otro símbolo oficial en una capilla ardiente, debemos asesorarnos adecuadamente antes de caer en errores. Aquí estaría bien recordar la máxima de “Cuanto más simple, mejor”.

 

Gráfico: https://www.jezabeldiaz.es/

 

Como norma general, en un sala contigua o cerca de la salida, se adecua un espacio con los libros de condolencias para que los asistentes tengan la oportunidad de dejar unas palabras de pésame o de recuerdo referidas al fallecido. Además, sirve para que la familia, días posteriores al funeral, pueda agradecer la asistencia a la capilla ardiente. Junto a él suele colocarse también una bandeja donde se pueden dejar tarjetas de visita.

 

Las costumbres poco han cambiado en los últimos siglos y, aunque es normal que haya variaciones dependiendo de las creencias religiosas del finado, la cultura o el ámbito geográfico, la logística y su desarrollo se han mantenido casi invariables con los únicos cambios de ir eliminando sustancialmente los símbolos religiosos en favor de los elementos personales del finado. Como ejemplos, la capilla ardiente de Dani Rivas, en la que su motocicleta se colocó junto al féretro, o la de Peret en el Ayuntamiento de Barcelona, con su guitarra a los pies del féretro.

 

Francisco López Ortiz. Experto en protocolo funerario.

Graduado Universitario y Master en Protocolo y Relaciones Institucionales. Cuenta con más de 15 años de experiencia en la organización de eventos para instituciones empresariales y oficiales, la consultoría y la formación en comunicación. Actualmente forma parte del departamento de comunicación y relaciones institucionales de Software DELSOL.