• Artículo de Opinión publicado El Mundo 06/06/2020

Nuestro país concluye el período de luto oficial nacional más largo de su historia. Desde el 27 de mayo hasta el 6 de junio, las banderas han ondeado a media asta con un crespón negro, y se han sucedido los homenajes a las víctimas que la pandemia ha ocasionado. Todos ellos son vecinos fallecidos que merecen nuestro homenaje y recuerdo. Todos, en este sumatorio diario de ‘cifras’ que dejan el entumecimiento o aturdimiento de miles de familias.

Este luto nacional ha sido un reconocimiento a las víctimas que ha cobrado una importancia especialmente sentida. El necesario distanciamiento social trajo consigo el cierre al público de las instalaciones funerarias donde tradicionalmente nos despedimos de nuestros seres queridos. Perdimos los lugares y con éstos, los momentos donde les homenajeamos y recordamos, siempre acompañados. El rasgo más doloroso de esta enfermedad ha sido que, además de llevarse a tantos, nos ha privado de la posibilidad de despedirlos como se merecen. Y lo ha hecho independientemente de la causa de su muerte.

Como último eslabón de la cadena sanitaria, ha correspondido al sector funerario con sus miles de profesionales gestionar esta grave crisis en condiciones excepcionales. El sector funerario es un sector silencioso, pero es mucho más que sus dependencias, que sus espacios. Es un sector tan imprescindible en nuestra vida como lo es para la sociedad el mismo proceso de duelo como respuesta emocional a la pérdida.  Con una dimensión física, y también de conducta que es vital en el comportamiento humano, concibiendo el entierro o velatorio como una gran manifestación de duelo, de dolor o aflicción que causa la muerte.

Acompañar a las familias durante este duelo, facilitárselo, es la razón de ser de nuestras empresas funerarias de todo el país y de estos trabajadores que las integran, los cuales han estado en primera línea frente al virus para dar el adiós, pero no como nos hubiera gustado. Este rápido tsunami nos ha privado de hacer las cosas como acostumbramos. Acostumbramos a ofrecer consuelo, a ofrecer respeto, a ofrecer coraje a todos los familiares y seres queridos, ocupando un lugar a su lado. Con palabras y sin ellas: ayudando, honrando, homenajeando…

Pero esta vez, esta vez… ha supuesto una trágica fisura. Una herida sin remedio que lleva al desequilibrio. La herencia del coronavirus pasa por tratar de recuperar la mente. También para los profesionales, que se han visto sumidos en el eterno retorno. Una y otra vez haciendo el mismo camino, transportando difuntos. La dirección al camino trágico en el que nada se supera y olvida. Trabajo incesante en turnos reforzados, sin descansar bien aun recibiendo la ayuda de las distintas delegaciones. Es el sector ‘invisible’, el que no existe: los 11.000 profesionales funerarios que han estado durante COVID-19 en España.

Un servicio olvidado pero esencial, como desafortunadamente ha quedado patente estos días. Con gestiones y áreas que comprenden diversidad de actividades clave, que se deben encomendar a profesionales expertos. Un sector del que además dependen otros puestos de trabajo sin romper la cadena, como los gabinetes psicológicos especializados- hoy más necesarios que nunca.

Y en este punto de ‘la nueva normalidad’. Del pestañear y despertar en otra fase, los servicios funerarios están ya trabajando en un contexto de normalización y reapertura progresiva de los lugares donde damos nuestra despedida conjunta a los seres queridos que nos dejan. Y lo están haciendo con nuevos y rigurosos protocolos de protección higiénico-sanitaria. La prioridad es que los ciudadanos sepan que puedan asistir a velatorios y ceremonias a despedirse de sus seres queridos. Y que pueden hacerlo con la confianza y tranquilidad de que su seguridad está garantizada por todos los operadores del sector funerario.

Es importante recordar que, además de los fallecimientos por la enfermedad, se han seguido produciendo miles de decesos por otras causas en nuestro país, aquellos que se producen en condiciones de “habituales”. El coronavirus nos ha privado de la posibilidad de despedirnos públicamente, no sólo de aquellos que fallecieron por su causa, sino, como indicaba al comienzo, de los que lo hicieron por cualquier otra en este periodo. También ellos y sus familias merecen un momento de recuerdo.

La posibilidad de despedirse debidamente de nuestros seres queridos es clave para una adecuada gestión del duelo después de un fallecimiento. Es un momento de transición psicológica, necesario para asumir la despedida, y que pasamos acompañados de familiares, amigos y allegados. Es un momento de homenaje.

El real decreto que declaraba este luto nacional comenzaba con una declaración que compartimos plenamente y resumen la razón de la existencia del sector funerario: «Porque es bueno que la sociedad que trabaja junta por el bien común pueda manifestar también junta su dolor, porque es digno consolidar los vínculos sociales con un duelo colectivo y unitario en recuerdo de todas las víctimas provocadas por la violencia, el terror, las catástrofes o la enfermedad». Una transición psicológica, un recuerdo colectivo a un número tan elevado de óbitos, exteriorizando o interiorizando el sentimiento de duelo como lo es el luto oficial.

El sector funerario se une al homenaje a los familiares y allegados que no hemos podido despedir. También a aquellos que han arriesgado o sacrificado sus vidas cumpliendo y enfrentando una amenaza tan inesperada contra la salud y el bienestar de nuestra sociedad. Por nuestra parte, seguiremos tratando de dar cobijo en primera línea, aunque dar sepultura, sea el último eslabón.

 

Juan Vicente Sánchez-Araña González

Presidente de PANASEF  (Asociación Nacional de servicios Funerarios)